El 15 de mayo de 1948 nació el Estado hebreo. El sueño de congregar a los judíos dispersos por el mundo y fundar una nación en Palestina se hizo realidad. No obstante, a 53 años de distancia, los argumentos que dieron origen a la nación más poderosa de Oriente Medio siguen siendo objeto de debate: ¿La Biblia autoriza a Israel despojar de sus territorios a los árabes? ¿Su religión les ordena la limpieza étnica? ¿Son reales las cifras del Holocausto? ¿Los judíos son por definición antifascistas?
Los 15 de mayo nunca han sido tranquilos en Oriente Medio: para los israelíes es fiesta nacional, para los palestinos es el Nakba (catástrofe). Pero a diferencia de otras ocasiones, este año el aniversario de la fundación de Israel tiene como marco la peor crisis del proceso de paz, iniciado hace 10 años. La llegada del primer ministro israelí Ariel Sharon no sólo ha supuesto la lapidación del diálogo para devolver sus tierras a los árabes, sino que se han reanudado las tareas de colonización.
Pese a las condenas internacionales por el uso excesivo de la fuerza contra la sublevación palestina, Sharon afirma que los israelíes lo eligieron para velar por la seguridad nacional. Frente a este discurso nacionalista y a propósito del hostigamiento militar contra zonas autónomas palestinas, Crónica rescata pasajes del libro “Los mitos fundacionales del Estado de Israel” (1998), de Roger Garaudy, el escritor francés que ha sido procesado por antisemitismo al poner en tela de juicio los planteamientos que dieron origen al Estado hebreo.
LA TIERRA PROMETIDA. Desde el primer capítulo, Garaudy comienza a taladrar los cimientos del nacionalismo israelí al cuestionar aquel pasaje del Génesis en el que Dios le promete al patriarca Abraham la posesión de la tierra que va “del río de Egipto al río Eufrates”. Al destacar que el movimiento sionista —proyecto para reunir a los judíos regados por el mundo— utilizó la parábola de la Tierra Prometida para justificar la invasión de Palestina, el autor afirma que se trata de una interpretación alevosa, ya que el mensaje bíblico no hablaba de una conquista militar, sino de la simple habitación de un territorio.
“Ygal Amir, el asesino de Isaac Rabin, no es ni un granuja ni un loco, sino el producto puro de la educación sionista. Rabin ha sido víctima, junto a millones de palestinos del mito, de la tierra prometida, pretexto milenario de los sangrientos colonialismos y que ordena ejecutar a todo aquel que ceda a los árabes la tierra de Judea”, escribe Garaudy.
El autor trata de romper más adelante con la creencia de que los judíos han sido el pueblo eternamente perseguido y los coloca como una raza que, al igual que los nazis, realizaron misiones de limpieza étnica. Garaudy relaciona las masacres de palestinos del último medio siglo con el pasaje bíblico en el que el patriarca Josué recibe órdenes de Jehová para conquistar todos los pueblos de la actual Cisjordania “pasando cuchillo a todo lo que había vivo, sin quedar nada”.
El escritor francés se pregunta: “¿No fue la senda de Josué la que siguió Menahem Begin cuando, el 9 de abril de 1948, fusiló a 254 habitantes del pueblo de Deir Yasin? ¿No fue la senda de Josué la que trazaba Moshé Dayán cuando decía: ‘no hay sionismo sin el despojo a los árabes y la expropiación de sus tierras’? ¿No fue la senda de Josué la que trazaba Ariel Sharon en 1982 cuando arrasó los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila en Líbano?”.
Otro de los mitos que pretende derribar Garaudy es el carácter antifascista del pueblo hebreo. Pese a la atroz persecución de judíos durante la Alemania nazi, el autor sostiene que líderes del movimiento sionista alemán colaboraron con el régimen de Hitler para rescatar a aquellos judíos útiles a la creación del futuro Estado israelí y dejar a sus suerte a quienes se oponían al sionismo y a la pureza de la raza.
El autor de “Los mitos fundacionales del Estado de Israel” cita declaraciones de 1938 de Ben Gurión, el líder sionista que más tarde sería el primer dirigente del gobierno israelí: “Sé que puede parecer cruel exponer la cuestión de esta manera, pero debemos establecer que es preferible salvar de Alemania sólo a las 10 mil personas que pudieran contribuir a la construcción del país y al renacimiento nacional que a un millón de judíos que pudieran llegar a ser para nosotros un fardo o mejor dicho un peso muerto”.
CIFRAS DEL EXTERMINIO. Uno de los planteamientos de Garaudy que más caló en el orgullo judío fue el relativo al tema del Holocausto. Sin pretender minimizar la brutalidad de los crímenes nazis, el filósofo francés afirma que la cifra de seis millones de judíos muertos en los campos de concentración —establecida durante los juicios de Nuremberg— está inflada y cita diferentes investigaciones a cerca de que el número de judíos asesinados ronda los tres millones.
“Basta un solo dato para dudar de la emblemática suma de los seis millones: la placa conmemorativa del campo de Auschwitz, que hablaba de cuatro millones de víctimas, fue remplazada en 1990 por otra que hace alusión a más de un millón de muertos”, señala.
Garaudy pone el dedo en la llaga en el capítulo relativo a los campos de exterminio. Sobre las cámaras de gas, el autor hace referencia a estudios científicos según los cuales el Reich nunca pudo contar con los recursos técnicos para ponerlas en funcionamiento. Sobre la “solución final”, Garaudy señala que no existe ningún documento firmado por Hitler o algún otro líder nazi que hable sobre la ejecución masiva de judíos, sino de su traslado a Africa o Europa del este.
Para quienes lo tachan de hacer una apología del nazismo, Garaudy tiene respuesta: “La Historia, para escapar al terrorismo intelectual, exige una perpetua revisión. La Historia o es revisionista o se convierte en una propaganda disimulada. Si desea respetar su status científico, la Historia debe ser una perpetua búsqueda, poniendo en duda incluso lo que se creía definitivamente establecido”.
En los apartados finales de su documento, Roger Garaudy cuestiona el papel de “mediador imparcial” de EU en el conflicto entre israelíes y palestinos. El filósofo francés hace un amplio listado —desde Truman hasta Bill Clinton— de inquilinos de la Casa Blanca que se reunieron con líderes judíos para agradecerles los favores económicos que facilitaron sus respectivas elecciones.
El autor se refiere al lobby israelí en el Congreso de EU, uno de los mayores contribuyentes a las campañas presidenciales de los últimos 50 años. Garaudy se explica así que EU haya usado su derecho a veto en la ONU más de 10 veces para frenar sanciones contra Israel, así como la mano de Washington para hacer del estado hebrero la mayor potencia militar de Oriente Medio.